Muy tempranamente, en la década de los 50, impulsados por la onda a la vez crítica y creativa que vivió la sociedad uruguaya, surgió un grupo de jóvenes que se plantearon un quehacer que llevara a concretar en la vida cotidiana una realización que significara "una prefiguración de la sociedad deseada".
De allí la implementación tripartita de una crítica a la situación dada -la realidad capitalista y estatista, que determina una estructura de dominación política y una división en clases en lo económico- ; un proyecto alternativo -la autogestión generalizada desde la creación a la puesta en acto de propuestas equitativas, solidarias y libertarias- y la invención de formas de transición apropiadas -los instrumentos para el cambio a partir de lo dado pero en la perspectiva de su modificación radical.
Numerosos aportes teóricos convergieron interactuando con la práctica. Así podemos citar a Martin Buber, Gustavo Landauer, Cornelius Castoriadis, Clastres, Albert Camus, Kropotkin, Luce Fabbri, Eduardo Colombo, y tantos otros.
Y en el correr de la experiencia se fueron confirmado o corrigiendo propuestas, soluciones y hasta redefiniendo principios. De Max-Neef, por ejemplo, en tanto economista se tomaron algunas consideraciones que consolidaron aspectos ya experimentados en la propia práctica autogestionaria de años: "A esta racionalidad económica (basada en la dominación y la explotación de la naturaleza y de los hombres) es preciso oponer otra racionalidad cuyo eje axiológico no sea ni la cumulación indiscriminada, ni el mejoramiento de los indicadores económicos convencionales (PNB) que poco dicen del bienestar de los pueblos, ni una eficiencia divorciada de la satisfacción de las necesidades humanas. Esta otra racionalidad se orienta al mejoramiento de la calidad de vida de la población, y se sustenta en el respeto a la diversidad y en la renuncia a convertir a las personas en instrumentos de otraas personas y a los países en instrumentos de otros países. A una lógica económica, heredera de la razón instrumental que impregna la cultura moderna, es preciso oponer una ética del bienestar. Al fetichismo de las cifras debe oponerse el desarrollo de las personas. Al manejo vertical del Estado y a la explotación de unos grupos por otros hay que oponer la gestión de voluntades sociales que aspiran a la participación, a la autonomía y a una utilización más equitativa de los recursos disponibles".