Frente a este monstruoso huracán que es el capitalismo, nunca hemos tenido otra opción que no sea la lucha. Sus vientos pestilentes se hacen más fuertes ahora en este contexto de crisis económica y nos azota con más dureza que antes. Aún en estas, no estamos sufriendo más que una aceleración de las conquistas planeadas por los capitalistas y sus Estados.
Uno de sus objetivos a bombardear ha sido el terreno laboral, donde han alcanzado metas por años perseguidas: abaratamiento del despido, alargar la edad de jubilación, contratos aún más temporales y precarios-lo que ellos llaman flexibilidad-, mayor libertad para la ejecución de ERE's, etcétera. En segundo lugar y no menos importante, han minado los servicios públicos de privatizaciones, tanto en la sanidad como en la enseñanza. Han desorbitado los impuestos, han aumentado las tasas en la universidad, han reducido ayudas y prestaciones...
Ese enemigo arrollador que llamamos capitalismo no es nada abstracto. Toma forma en las corporaciones, en las compañías de seguros, en los bancos, y todo ello está protegido, y sucede gracias al Estado; como no puede ser de otra manera, Estado y capital son una misma cosa. Y entonces los responsables de todo esto finalmente tienen nombres y apellidos: Son presidentes y ministros, son los líderes de la oposición, son los empresarios, son los partidos políticos y finalmente los sindicatos del sistema (cualquiera que reciba subvenciones y participe en elecciones sindicales, sin excepción). Todo ello constituye una amalgama compleja donde cada uno desarrolla su papel: La banca exige, el gobierno aplica leyes para ello, la oposición -que antes ha hecho lo mismo- le toca contradecir esas decisiones para hacer ver que su partido es algo distinto, y los sindicatos del sistema hacen como que defienden a los trabajadores, con el objetivo de que estos no se defiendan directamente, porque si eso pasase... otro gallo cantaría.
El resultado de estas incisivas dentadas es el paro de millones de personas, el endurecimiento de las jornadas laborales -para aquellos que aún no han perdido su puesto de trabajo-, es el desahucio de miles de familias, es el aumento de la dificultad para algunas personas para acceder a la sanidad, y ni que hablar del acceso a la universidad. Más que números y porcentajes somos familias, trabajadores y trabajadoras, estudiantes, personas que nos vemos condenadas de una manera o de otra a una vida de desdicha.
No queremos hacer una defensa de ese falso Estado de bienestar. Decimos falso porque la mayor parte de la población mundial vive y ha vivido siempre bajo una gran pobreza, y porque para nosotros bienestar no significa tener un buen sueldo, una buena tele, una buena casa, y unas buenas vacaciones. No nos creemos ese espejismo de bienestar que nos tiene con las migajas en la mano y la boca cerrada, la vieja historia de la zanahoria atada a un palo. Tampoco podemos perder de vista que las crisis contemporáneas no son de subsistencia, simplemente los capitalistas ganan menos -pero ojo, ganan-, y no contentos, quieren reiniciar la partida, hundirnos a todos en la miseria para volver a empezar el juego. Por ello decimos que esta crisis es un proceso de reciclaje del capitalismo, donde veremos su final en el clásico: «el rico más rico, y el pobre más pobre».
No en vano, estas medidas estatales no se quedan solo en el plano económico. Los poderosos, conscientes de la potencial fuerza de los oprimidos y explotados, no han perdido el tiempo en correr a hacer una reforma del código penal que endurece más aún el aparato represivo y penitenciario del sistema.
Así, el convocante de una manifestación que finalice en disturbios será acusado de integración en banda criminal, el abstracto saco del terrorismo se abre para acoger a lo que llaman violencia callejera, y equiparan la resistencia pasiva con el atentado a la autoridad. Para el que no haya aprendido la lección, puede ir sabiendo que se ha endurecido el castigo a los multireincidentes, y podemos dar la bienvenida a una de las condenas más inhumanas, la cadena perpetua. Esta reforma no persigue otra cosa que plantar el miedo para recoger sumisión. El miedo se ha convertido en algo poliédrico: ya no solo es el miedo al paro, a ser desahuciado, a no poder pagar los estudios..., ahora nos intentan hacer temer la lucha por mejorar nuestras condiciones de vida, bajo la amenaza de la violencia y la cárcel.
En definitiva, el proceso hacia una sociedad que trabaje más por menos, que no tenga aspiraciones, alienada, a la sombra del temor a los poderosos, va en marcha. Ante esto no vamos a callarnos, no vamos a quedarnos en casa. La actitud cada vez más beligerante del Estado y del capital se merecen una respuesta no equivalente, sino superior por nuestra parte. Sus recortes, sus reformas, sus ataques, no les saldrán gratis.
Contra los ataques del capital, responde luchando: Acción directa, solidaridad, apoyo mutuo, huelga, sabotaje. Hagamos que estas palabras se conviertan en hechos. Abajo el Estado y el capital.