Siempre hemos vivido en la miseria, y nos acomodaremos a ella por algún tiempo. Pero no olvide que los obreros son los únicos productores de riqueza. Somos nosotros, los obreros, los que hacemos marchar las máquinas en las industrias, los que extraemos el carbón y los minerales de las minas, los que construimos ciudades…¿Por qué no vamos, pues, a construir y aún en mejores condiciones para reemplazar lo destruido? Las ruinas no nos dan miedo. Sabemos que no vamos a heredar nada más que ruinas, porque la burguesía tratará de arruinar el mundo en la última fase de su historia. Pero -le repito- a nosotros no nos dan miedo las ruinas, porque llevamos un mundo nuevo en nuestros corazones. Ese mundo está creciendo en este instante.

B. DURRUTI

miércoles, febrero 15, 2012

Vuelve el anarquismo


Domingo Alberto Rangel


Vuelve el anarquismo



El anarquismo está volviendo a ser la más importante corriente revolucionaria en Europa y en América del Norte. Cierra así un eclipse de tres cuartos de siglo cuando menos. El anarquismo tal vez sea las más heroica y abnegada entre todas las tendencias revolucionarias que hayan existido en los últimos 150 años. Al nacer, con el pensamiento de Miguel Bakunin, ingresa y funda el anarquismo la Primera Internacional al lado de Carlos Marx y Federico Engels. Pocos años después viene la primera prueba de fuego, cuando la audacia y la valentía llaman a somatén. La Comuna de París enarbola, en 1871, sus banderas y levanta sus cañones. Allí están los anarquistas junto a la masa obrera de la que poco tiempo después sería la legendaria cintura roja de París. Los más denodados combatientes de la Comuna, sus agitadores más arrojados, sus líderes más visionarios son anarquistas. Durante tres meses aquellos hombres, a la cabeza de la masa obrera de la capital francesa, enfrentan sin ceder un centímetro a dos ejércitos que los acometen sin piedad, el francés y el prusiano, perros rabiosos de la saña. La Comuna sucumbe cuando no hay ya una bala en las cartucheras de sus fusiles y la reacción europea vencedora procede a fusilar a 40 mil combatientes de ella. Quien dude de la cifra puede constatarla acudiendo al cementerio del Pére Lachaise de París, donde el muro de los federados guarda ese número de esqueletos provenientes de los caídos.

El divorcio y la gloria
La Comuna, lejos de cimentar con el fuego de sus recuerdos la unidad de los revolucionarios, abre entre ellos el rencor recíproco y el encono insanable. Marx y los anarquistas se separan y llegan a aborrecerse mientras Europa vive el calvario del terror vengativo. En Estados Unidos cuelgan a los mártires de Chicago por el horrendo delito de propugnar la jornada de trabajo de ocho horas. Anarquistas y comunistas han de vivir, hasta 1917, adelgazados hasta la figura del grupúsculo que disimula su existencia ayudado por la pequeñez. Pero el 7 de noviembre de 1917, en San Petersburgo, sobre el Instituto Smolny izan una bandera roja. Los bolcheviques han tomado el poder y anuncian, desde todos los techos, la revolución proletaria a la cual viene llamando el Manifiesto de 1848. Con los bolcheviques hay unos cuantos anarquistas; otros, en cambio entre estos, hacen causa común con la derecha. Víctor Serge en su excelente libro Memoirs of a Revolutionary (Iowa University Press), pinta cómo él, que era bolchevique, organiza en 1919, en una destartalada sala del Smolny, por orden de Zinoviev y acompañado por un anarquista de nombre Mazin, el primer despacho de la recién fundada Internacional. El libro de Serge encierra o reviste tal interés, histórico e ideológico, que yo podría traducirlo al castellano siempre que haya una o varias editoriales que asuman su publicación. ¿Qué dicen Vadell Hermanos, Catalá o Mérida Editores? La última gran hazaña de anarquistas y comunistas fue antes de la II Guerra Mundial; ocurrió en la España de 1936, donde el Quinto Regimiento de los segundos y la columna Durruti de los otros, atajaron a ejércitos enteros humillando a los militares fascistas.


El regreso del anarquismo
El anarquismo ha regresado al primer plano al derrumbarse el orden comunista. La caída de la URSS va a resultar positiva a la larga. En primer lugar, porque quita a las luchas revolucionarias el carácter de puga entre dos potencias. Luego, porque remueve un freno para el libre desarrollo de las fuerzas insurgentes en escala mundial. Y si quisiéramos agregar un tercer motivo, diríamos que la URSS se había convertido, en sus últimos años, en un foco conservador como ninguno y el comunismo en un movimiento apoltronado. Evaporada la URSS quedó libre el escenario para que apareciera en Seattle, en noviembre de 1999, la nueva Internacional, inspirada por el anarquismo en lo fundamental, movida por jóvenes anarquistas y tan fresca y original que ha hecho ya historia en poquísimo tiempo. En Estados Unidos y en Europa es la única tendencia revolucionaria hoy existente. El comunismo y el socialismo allí existentes son colecciones de viejos barrigones, de burócratas adocenados y de politiqueros vergonzantes que piden permiso a la democracia para pasar en paz sus últimos años. Las grandes movilizaciones juveniles, desde Oslo hasta Génova en Europa y entre Los Angeles y Boston en Estados Unidos, componen la única fuerza revolucionaria que pueda divisarse hoy en el mundo desarrollado.

Sin ellas no hay revolución
Este movimiento contestatario de inspiración anarquista, esta resurrección del anarquismo, implica el único horizonte revolucionario para las dos orillas del Atlántico Norte. En Europa todo es hoy cretinismo resignado, fastidio decadente, degeneración política; ese continente tiene los signos del envejecimiento complacido. Estados Unidos es el reino del capitalismo galopante donde una burguesía sin límites en su poder ha asimilado de tal manera la sociedad que cualquier signo disidente pone en guardia un aparato monstruoso. Pero en Europa el grito rebelde de los jóvenes de Seattle y de Génova no ha sido ahogado. Si hay mañana una revolución o un cambio visible en aquella latitudes del planeta, ese suceso será sólo obra de este movimiento. No hay cambio ninguno, en Estados Unidos y en Europa, que no venga hoy del anarquismo callejero. Voy a enunciar dos apreciaciones sin pedantería: en el mundo desarrollado no hay revolución sin el anarquismo. Y en muchos países del Tercer Mundo no hay revolución sin el fundamentalismo islámico. De estas dos apreciaciones deriva un corolario: ellos dos, el anarquismo y el fundamentalismo, envuelven las solas fuerzas revolucionarias de este momento histórico. Entiendo por revolucionario en este contexto a aquel que está alzado o dispuesto a alzarse y a aquel que no convive con nadie.